Recorría fray Hugo los caminos en dirección a Sigüenza, mas ya su borrico acusaba el peso y precisaba reposo. Parose en una venta y reconociolo al punto un villano.
-¡Es fray Hugo el Gaseoso! ¡Rico me veo! ¡A mí, maravedíes! -dijo, y urdió su plan.
Esa noche, tras opípara pitanza, descansaba su humildad fray Hugo en un jergón en pajas generoso, cuando escuchó una genial voz de ultratumba que así decía:
-¡Fray Huuuugooooo, soy tu Señooooooooor! ¡Tú, que bienes acumulas sin dar nada a cambio, me ofendes! ¡Ofrendas y limosnas, fray Hugo, es lo que de ti quiero, y no nuevos sonetos e insulsas melodías!
Fray Hugo, que andaba sobrado de carnes y de bolsa, mas no de fe, sospechó trampa al instante y aplicó su tremenda perspicacia al asunto en cuestión. No tardó en encontrar un cordel que, a un vaso de latón adosado, transportaba los embustes del villano y los difundía tonantes por doquier. Siguió el cordel fray Hugo y dio con el ladrón.
-¡Perillán, traidor maldito, me las pagarás! -gritó, tras lo que propinó tunda y golpiza al villano como nunca se había visto en esa comarca.
Al día siguiente, aprendida la lección, fray Hugo acabó como mejor sabía con cualquier futura traición de esta naturaleza.

Celebrolo esa misma noche, y de tal fasto surgió una de sus más populares tonadas, que así concluye:
¡Aprisa, mi buen don Hugo,
henchid sin pausa
el siluro barbudo
y disponed sin traba
de aquesta moza,
que ya hincó mi marido,
y a mala baba,
pues bien no entraba
la su cruel cosa,
ay, ay, don Hugo,
allá y acullá,
do bien le plugo.
¡Hincad vuestra vihuela,
don Hugo, aunque duela!